Wayne Rice, un escritor y conferencista juvenil, cuenta la simpática
historia de un hombre que atropelló a un gato con su auto mientras se dirigía
con su esposa a un restaurante.
Sintiéndose incómodo por lo sucedido, el
conductor averiguó quién era el dueño del gato y le
preguntó qué podía hacer para compensar el daño causado. El dueño solo le pidió
que lo enterrara. El hombre puso al gato en una bolsa que tenía en el automóvil
y, junto con su esposa, fueron a almorzar. Decidió que más tarde enterraría al
gato.
Cuando llegaron al restaurante, decidieron
dejar la bolsa sobre el automóvil. A fin de cuentas, desde el restaurante podían
vigilarla. Lo que no pensaron fue que, por ser la bolsa de una tienda famosa,
podría atraer la atención de un transeúnte. Al poco rato, una dama muy elegante
estacionó su lujoso auto al lado del de ellos y, al bajar, vio la bolsa. Miró
para todos lados y, como creyó que nadie la veía, se apoderó de ella y entró al
mismo restaurante donde estaba la pareja.
Entonces la mujer pidió su comida y puso la
bolsa en el suelo con intención de abrirla después de comer, pero no pudo
resistir la tentación. Así fue que la tomó e inspeccionó su contenido. Al
instante, se escuchó un grito de terror, y la elegante dama se desmayó. Alguien
llamó a una ambulancia. Los enfermeros la asistieron, recogieron sus
pertenencias y se la llevaron de emergencia.
Cuando la ambulancia iba en camino, la mujer
recuperó el conocimiento. Preguntó dónde estaba y qué le había pasado.
-Usted se desmayó en un restaurante- le
respondió un enfermero-. Pero todo está bien. Recogimos todas sus pertenencias,
incluida esta bolsa.
¡Entonces le puso la dichosa bolsa con el gato
muerto sobre el pecho! (More Hot Ilustrations for Youth Talks, Más
ilustraciones actuales para charlas con jóvenes, pp. 53, 54).
No sabemos si la mujer aprendió la lección,
pero esta historia nos recuerda lo que dice nuestro versículo para hoy: Al
malvado lo atrapa su propia maldad. (Prov. 5: 22). Y es que tarde o temprano
cosecharemos lo que sembramos. Durante cierto tiempo, puede parecer que no
existen consecuencias para nuestros actos, pero en su momento, el pecado nos
alcanza.
Y no importa cuán lujosa o atractiva sea “la
envoltura” del pecado, el contenido del paquete siempre hiede.
Al pecado lo atrapa su propia maldad.(Proverbios 5: 22).
Tomado de Matutina “Dímelo de Frente” - Por:
Fernando Zabala
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